domingo, 28 de junio de 2009

EPITAFIO

Darme, regalarme
Dormirme y descansar la mente
Quiero seguir dándome
(Y si me dejas, a ti)

Ausencias y abrazos vacíos
Eco de paredes huecas
Y tu recuerdo
Y mi sombra desdibujada

Después, volverme a dormir
Y no verte amanecer.

sábado, 27 de junio de 2009

TEORÍA DE MI AMOR (o ¿cómo se olvida algo que nunca tuvo lugar?)

Deberíamos habernos mirado hasta el amanecer y susurrarnos un no quiero estar en ningún otro lugar. O comer chocolate caliente mientras compartimos esa película tonta y romántica que nos da vergüenza reconocer que nos ha emocionado. Deberíamos habernos desgastado la piel y las respiraciones. Las ganas de compartir nuestro peor día, y el deseo de permanecer, sólo eso, diciéndonos todo, atravesando horas eternas de silencio. Deberíamos habernos prometido un mañana, o tan sólo la próxima hora, sin decirnos nada. Y apostar por las burbujas que se formaban en la punta de los dedos de los pies y se trasladaban por el torrente sanguíneo hasta las tripas, el pecho y los besos aspirados con alientos densos y profundos del presente más intenso.
Pero no nos prometimos nada. No apostamos nada. No nos detuvimos en los ahoras y viajamos a los mañanas llenos de temores, de pasados posibles, de sinsentidos ya sufridos, y situaciones comunes a otras manos, a otros oídos que ya nos habían escuchado.
Equivocados. Nos equivocamos. Porque el escalofrío de tus dedos, las películas a media luz, los abrazos cortados, y las palabras empañadas en vino y complicidades bien valían jugarse todo al ocho negro. O cualquier otro número y color, si eso nos daba la opción de compartir una sola hora más de batallas bajo las sábanas, y treguas en el sofá; de miradas de cerca y caricias deslizándose por el hilo telefónico hasta la epidermis de todos y cada uno de nuestros sentidos.
No fui capaz de que me recordaras. No soy capaz de que no me olvides. Y llevo tatuados nuestros minutos sin fin, estremecedores y relajantes, enormemente mínimos, frágiles e indestructibles.

Temo que tenga que recordarte mi nombre.

viernes, 26 de junio de 2009

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Uno siempre escribe con la esperanza de volcar parte de su Yo en cada palabra que dibuja. De enfrentarse precisamente a eso, y hacerlo real, hacerlo existir (porque algo que no ve la luz es no nato, y por lo tanto, nunca ha sido ni será). Pero uno también sueña con que haya alguien al otro lado que pueda y, sobre todo, quiera compartirlo y reconocerse en tus ayeres, en tu piel. Alguien a quien, por lo menos, le hayas aportado unos segundos de alguna vida, o un pequeño viaje a su propio ser.
No sé si podéis imaginar cuánto me gustaría descubrir una mañana (y más aún una noche) que alguien no sólo ha leído mis silencios y mis miedos, sino que los ha descuartizado y exprimido hasta encontrar unas gotas de su propia existencia. Gotas que evoquen un "me recuerda...", un "a mí me ocurrió...", o simplemente un "yo nunca...".
Este deseo podría ser egocentrismo, incluso vanidad, o sencillamente mis infinitas ganas de compartir mis fortalezas y debilidades.
Y aún a riesgo de pecar de ególatra y vanidosa, corriendo el riesgo de descubrir con ausencias que nada de esto ocurre, me muero por preguntar:
¿Hay alguien ahí?

(P.D. ¿Tiene sentido que siga aquí si no hay nadie al otro lado?)

PRESAGIO

Siempre te observo desde la oscuridad,
incluso cuando no estás.
Y te veo.
Te veo, te puedo oír, viviéndome en otra,
otra que ve lo que vi
y escucha lo que me dijiste a mí.

Vestida de negro te descubrí,
y vestida de negro, y sin saberlo, me despedí.
Vestida de negro estoy aquí,
observándote desde la oscuridad,
ahora que ya no estás.

O QUIZÁS NO

Si me hubieras prestado tus oídos, tan sólo unos segundos, quizás habría encontrado las palabras para que no te escaparas entre silencios. O quizás no.

Si me hubieras mirado más allá de mi frágil figura pisando firme, quizás habrías podido dejar de verme caminando en dirección opuesta a tus pasos. O quizás no.

Si me hubieras acariciado por debajo de la piel, quizás habría podido fundirte con mis sentidos y llevarme tu alma en un revuelo desde la tripas hasta el cerebro. O quizás no.

Si pudiera dejar de pensar qué fue lo que no hice, o hice, o no hiciste o no quisiste hacer, quizás podría dejar de visitarte entre podrías, habrías y quizás.

O quizás no.

jueves, 25 de junio de 2009

RASGUÑOS

Ya no puedo contar las cicatrices con los dedos de una mano,
ni curo mis heridas con unas pocas palabras.
Ya no escondo los arañazos
que se resienten en los días de lluvia.

Ya no me hieren tan fácilmente,
pero lo hacen de forma mucho más profunda.
Ya no olvido tan rápido;
tampoco recuerdo cada detalle.

Sigo abriéndome las heridas
para recordarme que he vivido.
Sigo lamiéndome los rasguños con mirada desconfiada
y cosiendo cada brecha con esperanzas.

BUENAS NOCHES

Hoy no te voy a decir buenas noches.
No sé si porque hago un esfuerzo para evitar la tentación,
o porque simplemente ya no me apetece.
Y ninguna de las dos opciones me parece buena.

miércoles, 24 de junio de 2009

TÚ, ASÍ.

Recuerdo cuando tenía que levantar la cabeza para buscarte.
Siempre te encontraba rápidamente, porque siempre estabas.
Me parecías tan grande, tan sólida, tan cosistente, y tan acogedora.
Nunca me escondí detrás de tus faldas, pero siempre me sentí arropada por ellas.
Nunca me dijiste afronta la vida tú sola, pero tus manos, tus ojos y tus palabras me alentaron hasta convencerme de que soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga.

Y hoy, que ya no tengo que levantar la cabeza para buscarte, y que sigo
encontrandote (porque siempre estás) en un sólo susurro que viaja a la velicidad de la luz estos casi 500 kilómetros, me sigues pareciendo tan grande, tan sólida, tan cosistente, y tan acogedora.

Hoy, gracias a ti, sé que soy capaz de hacer lo que me proponga,
y que si no me atrevo siempre me alentarás hasta convencerme
de que el miedo es parte del ser humano al igual que lo es el arrojo que siempre puedes encontrar para enfrentarte a ellos.

Mi muro de los lamentos, mi escudo contra las tormentas, mi espejo en el que se reflejan realidades y propósitos, el pilar por el que trepan mis principios y finales, la columna vertebral de mis raices y arraigos.
Siempre has callado más de lo que has dicho,
y has hecho mil veces más de lo que has dejado de hacer.
Siempre te has entregado sin descanso, sin pedir ni esperar algo a cambio.
Siempre has pensado que lo tuyo podía esperar, mientras nadie pensaba que tú pudieras esperar algo; y jamás te has quejado. Jamás te has lamentado. Y ni si quiera te has enorgullecido de ello, porque simplemente eres tú, así.
Tan grande, tan sólida, tan consiste y tan acogedora.

PUNTO FINAL

Que ganas tengo de que sólo seas un lejano recuerdo.
Que tenga que esforzarme por recordar tu nombre,
y sólo seas el motivo por el que me enorgullezca por haberte sobrevivido y superado.
Por haber trepado cada una de tus maldades.

Cómo me gustaría firmar mi despedida con un hasta nunca
y no tenerle miedo a esa palabra.
De subrayar mi última frase y zanjarlo con un gran punto final.

Pero el vértigo me lo impide y se desliza entre mis incertidumbres
Te grito por las esquinas con la esperanza de que el eco se vuelva con más fuerza
y me empuje hacia el avismo, hacia otros caminos,
sin pánico a encontrarme en el punto de partida.

Que ganas tengo de borrarte.
De reírme de tus torpezas, de tus malas artes.
Que ganas tengo de sentirme fuerte para decirte adiós;
no ha sido un placer conocerte,
aunque me hayas hecho más fuerte.

sábado, 20 de junio de 2009

MI SENCILLA DESPEDIDA

Hace ya un mes que estoy buscando las palabras para dedicarles una despedida. En tan sólo unos días se marcharon dos personas a las que he admirado, admiro y admiraré profundamente. Incluso llamarles personas me parece demasidado corriente para alguien que tiene el don de transcender a lo material, a lo cotidiano, y reinventar la piel y cada uno de sus sentidos, hasta llegar a hacerlos de todos los que hemos querido y sabido respirarlos.

Es curisos que hayan decidido apagarse en la estación en la que la vida se muestra con más ganas de renacer. Quizás han creído que ya era hora de brotar en otros campos.

Sea como sea, quiero decirles de esta forma tan sencilla: gracias y hasta siempre. Gracias por esta inmesidad con olor a hierba recién cortada, de color verde vibrante provocado por las necesarias tormentas de invierno.

Sé que estas palabras se quedan en nada. No son suficientes. Pero tampoco quería demorar más mi despedida, y creo que nunca encontraré las palabras merecidas.

Prometo (y estoy segura de que también lo harán todos los que hemos aprendido a vivir y sufrir con vosotros) que seguiré tumbándome en los campos verdes en los que ha germinado cada semilla que plantasteis.

NUBES EN LOS PÁRPADOS

Hoy me siento entre cansada y confusa. Quizás lo primero desemboca en lo segundo.

Es una mañana de sol y temperatura templada que irá enrojeciéndose en los próximos minutos. Supongo que los colores deben brillar a los ojos de los rayos. Digo supongo, porque desde los míos hoy parece un día nublado, en el que los colores se han atenuado y la temperatura, aunque es agradable, me huele a frías gotas de invierno. No, más bien de otoño. El otoño que va apagando los estallidos del estómago disimuladamente mientras sonreímos las fotos de este verano.

Si bien soy una persona que no suele mirar al futuro (porque no creo que exista), que me detengo en los momentos y los exprimo para hacerlos míos, no es raro que amanezca con nubes en los párpados. Me cuesta adivinar el camino. Así que me abandono a mis pies descalzos que casi siempre acaban en el sofá mirando los rincones y divagando entre las teclas. Suelo llegar a la conclusión de que es por el cansancio por lo que me da por pensar que quizás deba girar a la izquierda en el próximo cruce, que puede que no haya leído algún cartel de estos últimos kilómetros o si ya es demasiado tarde para volver a la estación y arriesgarme a tomar ese camino sin asfaltar que no he olvidado a estas alturas.

Sé que suspiro los inviernos por el calor y la luz de las mañanas de verano, y que los aspiro porque la lluvia no se convierta en hielo en las aceras en sombra. Que escondo 30º de serotonina para recuperar los inviernos que acompañan las tormentas que truenan en mi pasillo. Y sé que cuando se hayan evaporado los charcos de esta tormenta de verano, llegarán las nieblas del invierno, que esperaré que se coloreen hasta arder en las arenas blancas y también en las oscuras, que son mis preferidas.

lunes, 15 de junio de 2009

MI DISTANCIA

Mi distancia se mide en anhelos, en recuerdos, en ganas y rabietas. En todas las conversaciones que ya no tendremos. En cada mirada que no me dedicarás. En cada caricia que le regalas a otra. En cada pensamiento del que no soy protagonista.
Tu distancia se mide en otros futuros, en una simple amistad, en otras pieles, en otras sonrisas. En (con suerte) un segundo en el que recuerdes que alguien con mi nombre pudo compartir algún momento memorable entre tus madrugadas.

Mi distancia devasta los recuerdos que intento conservar como el elixir de la eterna juventud. La tuya te abre un camino de perfectas imperfecciones esperando a ser aspiradas. De libertades propias que coartarán las ajenas, porque siempre parece ser tuya la última palabra.

La distancia se mide en cada hoja que tu otoño hizo caer al suelo, y que yo he ido recogiendo con la esperanza de que me llevaran tras tus pasos. Con la esperanza de que un día te gires y me encuentres aquí de pie, con las manos llenas de hojas, de recuerdos, de ganas, de futuros, y anhelos. Y nos venguemos de esta distancia convirtiéndola en un tonto recuerdo.

jueves, 11 de junio de 2009

COSAS QUE OLVIDÉ LLEVARME

Perdí la piel en el roce de tus manos,
el sabor en el último beso largo, lento y entregado que no quise darte
y las miradas en aquel adiós que tus ojos me clavaron despiadadamente.
Olvidé tu olor en las sábanas de aquel atardecer,
y el silencio en las palabras que no quise escucharte.

Intento recordar que tengo que olvidarte
y sólo consigo olvidar que ya no quiero recordarte.
Procuro no soñarte ni despierta, ni dormida,
mientras sueño que ya no te recuerdo
y que nunca tuve que olvidarte.

Olvidé decirte que no sé si podré olvidarte
y recuerdo cada día que no debo decirte que no dejo de recordarte.
No podré decirte adiós hasta que no consiga recordarte
que me devuelvas la piel, el sabor, las miradas, los olores y el silencio
que cuando te fuiste olvidé llevarme.

martes, 9 de junio de 2009

RESPIRARTE

Rutina maldita,
que me aburres y alejas mi ayer añorado.
Que me absorbes y cortas las alas.
Rutina que no quiero si no respiro tu aire.

En las sábanas del olvido dejaste enredadas tus ganas
Y las mías aquí siguen, intactas, asomadas a la ventana
Preparadas para abrirla en cuanto pueda adivinarte
Y así dejarte pasar y volver a respirarte

Rutina sin noches de desvelo por el hormigueo que me traían tus manos
Sin días de recuerdos de la última madrugada que se volverán a cumplir mañana.

Mis ganas buscan tu olor en estas sábanas vacías que ya no pueden recordarte
Permanecen inmóviles, esperando que la primera luz les traíga otro escalofrío, uno de esos que sentía al despertarme al otro lado

Y cojo aire profundamente para aspirar e intentar tragarme esta rutina que no me deja respirarte.

lunes, 8 de junio de 2009

VETE GATO, VETE YA.

Me falta oxigeno. Da igual lo profundo que respire; me falta oxigeno. Da igual que intente no pensarlo; me sigue faltando oxigeno. Tengo un gato que me araña las tripas y las convierte en el ovillo con el que juega; ovillo que hace más grande o más pequeño a su antojo. Y yo solo quiero que se vaya.

No es la primera vez que tengo un gato en mis tripas. Han pasado varios: Unos se llamaban desamor, otros hastío, vacuidad, desmotivación...nunca supe claramente cuál de ellos era hasta que los puede ver alejándose, desde cierta distancia, ya a salvo. Este último (que todavía no tengo claro quién es) lleva mucho-demasiado- tiempo aquí dentro y empiezo a no poder soportarlo. Me revuelve tan fuerte las tripas que me encojo hasta hacerme pequeña. Me anuda de tal manera la boca del estómago que soy incapaz de derramar una sola lágrima. Este gato se ha adueñado de mis fortalezas y valentías. Ha hecho de ellas su tejado en el que juguetea durante el día y maúlla desgarradamente toda la noche hasta llevarse mi propio aliento. Y no consigo que se vaya.

Y a pesar del dolor que me provoca el llanto seco que quiebra mi garganta, voy a gritarte y a suplicar: Vete gato, vete ya. Encuentra tu camino, que yo no puedo continuar. No puedo soportar un desvelo más aterrorizada por esta asfixia que me hace sentir que voy a explotar. Explotar de dolor y agonía, de tristeza y confusión. Intoxicada por el veneno invisble que va devastando mi interior. Derrotada por la desazón y el hastío que se abre paso hasta la boca del estómago y me enmaraña la respiración, me pisotea las esperanzas y me empuja a la deseperación. Por favor, te lo pido uno vez más; te lo ruego, te lo suplico : vete gato, vete ya. Vete y devuélveme mi alegría, mis ganas de vivir, mi esperanza, mis fuerzas, el sentido que le encontraba a seguir. Te lo digo a ti, escuchame por favor, a ti agonía, a ti desamor, olvido, hastío, dolor o soledad…a ti, seas quien seas, te lo ruego: vete, que no puedo más.

viernes, 5 de junio de 2009

365 DÍAS Y 800 NOCHES

Trescientos sesenta y cinco días con sus noches (que a mí me han parecido unas ochocientas). Recuerdo excesivamente cercano aquel viernes en el que estábamos cenando, como cada viernes, en ese restaurante italiano. Se me ocurrió proponerte que me contaras qué era eso que te había hecho enmudecer hacía ya unos días. Qué era eso que provocaba tal silencio en ti, y entre los dos. No sabía muy bien cuál iba a ser la respuesta (siempre me había gustado eso de ti; nunca sabía qué era lo que rondaba tu cabeza). Desde luego era evidente que algo que había levantado semejante muro entre los dos en tan sólo unos días no podía ser bueno, pero te aseguro que no me esperaba esas seis palabras en forma de arma masiva que en un segundo asolaron todo lo que nos rodeaba: no-estoy-seguro-de-lo-nuestro. Y allí me quedé yo. Intacta. Inmóvil. Con mi copa de vino blanco en la mano, aparentemente invulnerables al impacto. No estoy muy segura pero creo que llegué a esbozar una sonrisa. Una de esas que son un acto reflejo y que esperan que a continuación venga un “era broma” para romper en carcajada. Pero esa carcajada nunca llegó. De repente todo había desaparecido a nuestro alrededor. Sólo quedábamos tú, yo y mi copa de vino (que era lo único a lo que se me ocurrió agarrarme).
Después vinieron noches de distancias y silencios, miradas que se evitaban, palabras que rozaban la diplomacia, y gestos confusos por una rutina en fase terminal. Y llegó el día en el que la onda expansiva irrumpió en nuestra casa y arrasó todo. Esta vez ya sólo quedaba yo. Yo y los cincuenta (mil) metros cuadrados de desolación, silencios y miedos. Yo y mis noches de insomnio en las que en cuanto conseguía convencer al sueño para que diera una tregua, la angustia decidía despertarme estrepitosamente para que buscara algo de oxigeno. Yo y las pesadillas que me visitaban incluso con los ojos abiertos. Yo y mis noches más lúgubres, más oscuras (juraría recordar que había algo de luz en cualquier otra noche de verano).
Y deje de verte, de reconocerte. Deje de oír el eco de tus promesas retumbando en cada esquina de la habitación. Y desapareciste. Supongo que yo también. Entonces comprendí que aquella bomba que había convertido todo en polvo, en nada, también nos había destruido a nosotros. Que aquella imagen en la que nos recuerdo sentados uno frente al otro (y mi copa de vino) en aquel restaurante era sólo la estela de lo que había estado justo ahí hasta un segundo antes de que todo saltara por los aires. Igual que cuando apagas la tele y durante unos segundos todavía puedes adivinar las siluetas de la última escena. Igual que el amputado sigue notado su miembro ausente teniendo delante de sus propios ojos la prueba de que ya no hay nada que pueda sentir precisamente ahí.

Hasta hoy. Un año más tarde hago un repaso de todo lo que nos ocurrió y todo lo que no nos ha ocurrido, y lo único (y mejor) que me viene a la cabeza es el PERDÓN. Vamos a perdonarnos, el uno al otro, y también a nosotros mismo.Yo te perdono que dudaras de mí, de ti y de lo nuestro. Te perdono que me dejaras sola, abandonada a la suerte de una soledad no elegida. Te perdono cada lágrima, cada noche de asfixia e insomnio. Cada segundo en el que me perdía en una inmensidad de sinsentidos. Perdóname tú a mí. Perdóname por dejar de quererte. Perdóname por dejar de reconocerte. Por no querer retomar el camino. Por convertir nuestro futuro en un sinsentido. Vamos a perdonarnos a nosotros mismos por haber fracasado. Por todos los errores que diluyeron el privilegio de compartir nuestros próximos avatares. Vamos a perdonarnos porque seremos capaces de amar a otro/a que no seremos ni tú ni yo. Vamos a perdonarnos para así poder mirarnos a los ojos y que simplemente se nos ocurra sonreír.

Trescientos sesenta y cinco días y ochocientas noches en las que he aprendido a olvidar(te) y a recordar(te), a que hay otras formas de querer y compartir, a perdonar(me) y ser perdonada. A que sufrir también es vivir. Trescientos sesenta y cinco días y ochocientas noches que, aunque de otra manera, no han podido evitar que todavía sigamos aquí.

martes, 2 de junio de 2009

OLVIDAR(TE)

Vale, creo que ya lo voy aceptando.
Que consiga encontrarle algo de sentido, de futuro, de continuidad a nuestra historia es tan improbable como que el café (a ser posible con un chorrito de baileys) deje de formarme un nudo en el estómago y me permita dormir más de cuatro horas seguidas sin encontrarte entre mis creaciones. Haciendo un repaso debo admitir que he pasado más horas pensándote que las que pasamos juntos en ese sofá hablando y entregándonos la piel. Así que creo que es normal que no le encuentre sentido a nada de nuestra historia.

Yo, que siempre he mirado por encima del hombro a los que daban la espalda a la lógica, a los que no la entendían o simplemente ignoraban que fuera útil para algo (sobre todo para estos casos). Tendré que enfrentarme a la absurda estampa de mirarme con desdén - probaré a hacerlo en el espejo de mi cuarto- por tener que reconocer que no tengo ni la menor idea de qué hacer con las cien toneladas de raciocinio que guardaba en mi despensa para la próxima vez que tuviera que olvidar(te).Quizás después de esta visión de mi misma, y ya con las orejas gachas, deba perderme un ratito en mi despensa para ver si encuentro algo que me diga qué hacer contigo, o mejor dicho, qué hacer conmigo.

En el estante de en medio, justo delante de los ojos, muy a mano, tengo sacos y sacos de recuerdos. Seguramente debería tirar algunos; por lo menos los que más duelen (si es que se puede escoger...). Pero siempre he sufrido de esa dolencia que hace que guardes todo lo que entra en una caja, y lo que no entra también, que ya le buscaré un huequito. En el estante superior al de los recuerdos tengo un par de botes repletos de orgullo. Pero no creo que me sirva. Nunca he sabido hacer buen uso de él (alguien sabe?). Todavía sufro las consecuencias (como se suele decir: para muestra, un botón) de mi última dosis de orgullo: Me humille cuando me dijo que se marchaba, y me reí cuando hubo un atisbo de un "te echo de menos". Ya lo he dicho: nunca he sabido hacer buen uso de mi orgullo. En la estantería más alta, esa que sólo alcanzo si echo mano de unas escaleras, tengo algunas latas de olvido. Olvido. Que contundente es esta palabra. Olvido. Cuántas dudas me surgen sólo con escucharla, con verla escrita. El olvido es un arma de doble filo que cierra heridas propias y abre otras ajenas. Y aunque me haya suplicado mil noches que te olvide, ahora, subida en estas escaleras frente a mi “solución” me acongojo, me rindo y confieso que no sé si quiero olvidarte (no lo puedo evitar, estoy mirando el primer estante: el de los recuerdos). ¿Cómo voy a querer olvidarte? Olvidar ese escalofrío que me trepaba una a una cada vertebra de la espina dorsal para explotar en forma de sacudida en mi nuca cada vez que susurrabas mi nombre en mi oído. El nudo que se formaba en mi estómago solo con la primera caricia y que se deshacía cuando te regalabas entre mis muslos. La ternura que conseguía que bajara la guardia y me doblegaba las entrañas, y hasta el más frío y oscuro de mis rincones, cuando sentado frente a mí, sin ninguna premeditación, te sincerabas sólo con una mirada. El sentido que recobraba mi piel cuando moldeabas mis curvas sólo con el calor de las yemas de tus dedos. La asfixia que se acumulaba en mi pecho cuando dejabas tus labios a una sola exhalación de mi boca y justo cuando no podía más me rozabas con tu aliento que sobre oxigenaba mi cerebro y me nublaba la vista, ensordecía mis oídos y aturdía mis pensamientos, para luego bajar de golpe al estómago y dejarme abatida, sin fuerzas, abandona a mi suerte, y ya lo único que podía hacer era sentirte.
¿Cómo voy a querer olvidarte?

Ya no quedan más estantes en los que buscar remedios caseros que puedan ser la solución a nuestra historia. Sobrecogida por revivir esos momentos me siento en la escalera que me hizo recordar por qué no quiero olvidar-te (obviando el orgullo, que a estas alturas es evidente que no es condimento para este menester). Si no me sirve la lógica, no sé cómo usar el orgullo, soy incapaz de deshacerme de los recuerdos (incluso de los que duelen, que últimamente vienen siendo Todos) y no estoy dispuesta a olvidarte...¿Por qué no dejamos más allá de estas puertas "lo que deberíamos hacer", enterramos al fondo de cualquier estante nuestro "porque yo lo valgo", y llenamos cada estante de toneladas de escalofríos por la espalda, de besos sólo rozados, de respiraciones que marean, de caricias que queman, de susurros que erizan la piel… de más momentos que recordar (y que ninguno mute en "para olvidar") los dos, juntos, encerrados en esta despensa?

P.d. ¿He dicho que ya lo iba aceptando? Bueno, esto sí me gustaría que lo olvidáramos.

lunes, 1 de junio de 2009

TAN CIERTO COMO BREVE

Me he perdido y ni siquiera me has buscado.
Me he muerto y ni siquiera me has llorado.
Cómo podía esperar otra cosa si cuando me tuviste delante,
incondicional, tuya y sincera, ni siquiera me viste.

LO QUE QUEDA EN MI CAJÓN

Esperando que fuera un hasta luego, nos dijimos un adiós.
Después de tantos años, el mundo ni se paró.
La distancia más lejana que puede tener el amor,
que duerme en la misma cama y ya no siente el calor.

La puerta seguía cerrada, a un lado tú y al otro yo,
y escondía los temores que no supimos compartir
ninguno de los dos.

Recibía las mañanas sola en esta habitación,
sin darme cuenta te buscaba en ese lado del colchón.
El silencio se hizo inmenso en esta casa para dos,
que juntos construimos y que sin más se derrumbó.

Ahora miro al pasado desde este mismo rincón,
y sigo durmiendo, ya sin buscarte
en el mismo lado que dormía antes de nuestro adiós.

No te niego que echo de menos cuando estaba en el salón
y esperaba a que llagaras
que bailáramos esa canción
con la que recorrimos cada metro de este escenario que presenció
todas las risas, conversaciones, besos y abrazos
que hoy guardo en un cajón.

Después de un año entero sobreviviendo a este dolor
decido abrirlo despacio presa de algún temor.
Me asomo con algo de miedo
para descubrir una sensación
que como siempre viene mezclada
añoranzas, recuerdos, peleas, abrazos y aquel adiós.

Sólo puedo estar agradecida de lo vivido
en este piso para dos
porque cada rincón son mil recuerdos
y todos son el mejor.
Lo mejor que puedo guardar de lo que fuimos tu y yo.