domingo, 28 de octubre de 2012

Una especie de conclusión

No consigo ver más allá. Y mira que lo intento. Quiero ver lo que ven, de verdad que quiero, para eso estoy aquí. Pero no puedo, no sé. Te faltan tantas cosas. No he parado de pensar y pensar qué fallaba, qué te faltaba, qué me faltaba. Y así, en un minuto, he pensado en ti mientras escribía, ya sabes, ese tipo de ejercicio de escribe lo primero que te venga a la cabeza, y ¡Plop! ahí estabas. Una vez más apretando las tuercas. Haciendo lo fácil difícil, lo difícil más difícil, y lo sencillo aburrido.
Ésta soy yo, y estoy contenta de reencontrarme.


Te falta intriga.
Te falta oscuridad y alevosía.
Te sobra decencia y buen vivir.
Te sobran cafeterías perfectas.
Te faltan tugurios,
y gente con cicatrices.
Me sobran los fuegos artificiales
y los vestidos ajustados de colores chillones.
Demasiado maquillaje.
Demasiado tacón.
Poco gusto, hasta para lo salvaje.
Te falta decadencia,
humo, sudor y alcohol,
del de verdad,
del redentor, el destructor,
el que te mata y te hace sentir vivo.
Te sobra alegría e indiferencia,
Te falta caracter y dolor.
Me sobra calma, palabras cobardes,
y caras en tonos pastel.
Te faltan musas, encanto,
situaciones extrañas,
discusiones absurdas y almas arrugadas.
Me falta el dulce pesar de la destrucción.




Claro queda que han hecho bien el trabajo de borrar toda huella de lo que una vez fue.




Demasiado brillo.







domingo, 7 de octubre de 2012

ANHELODeseo vehemente.



Es tan bella la palabra como su definición.


Anhelo el deseo que,
con vehemencia,
me revolvía las ganas,
de ti.


sábado, 22 de septiembre de 2012

7.30PM




¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! Cada vez más fuerte, cada vez más alto. ¡¡¡Corre!!! ¡¡¡Corre!!! ¡¡¡Corre!!! Como combustible implosionando en sus piernas. ¡¡¡Corre!!! Su respiración, sus latidos, su pulso, cada constante vital explotaba en sus sienes dolorosamente, haciéndose valer, recordándole el precio. ¡Corre! ¡Corre! Le rasgaba los tímpanos. El terror le erizaba los pelos del cuello y convertía el sudor en hielo a 300ºC. El aire repelía las gotas de su frente y las refugiaba entre el cabello, completamente empapado; tanto como su camiseta, que debido al peso del agua y la fuerza del viento marcaba su torso en rígida tensión. El día se iba apagando y cada vez era más difícil encontrar el camino sorteando árboles, ramas y rocas. La luz de las farolas del sendero que bajaba a la ciudad no tenían fuerza suficiente para abrirse paso entre la maleza. Cada vez se tropezaba más, cada vez era más difícil avanzar a la misma velocidad, pero tomar la senda tenía más inconvenientes que ventajas. ¡¡¡Corre!!! Había perdido la noción del tiempo. Desde luego llevaba bastante tiempo corriendo, o quizás no, quizás sólo unos pocos minutos. No podía pensar con claridad. Sólo podía correr. La respiración seca le abrasaba la garganta. La lengua deshidratada insistía en intentar tragar saliva que se había evaporado mucho antes de que se hubiera llegado a producir. En algún momento tendría que parar. ¡¡¡Corre!!!

Apenas podía ver. Quizá debía parar e intentar esconderse. Quizá ya estaba a salvo. Quizá podía mirar un segundo atrás, aunque seguramente se tropezaría y caería. Pero tenía que intentarlo. En algún momento iba a tener que parar. ¿Cuánto más podrían sus pies aguantar a ese ritmo? En ese momentos se dio cuenta de que ni siquiera los sentía. No sentía nada en el resto de su cuerpo. Como si fuera un busto viviente, todo lo que sentía se concentraba en tan sólo 50 de sus 182 centímetros. Su pecho y sienes convulsionando, el corazón asomando a través su garganta en brasas, su nunca aterrorizada y sus oídos rotos por el incesante, agudo y estridente grito: ¡¡¡Corre!!!


- Voy a parar. 
- ¡Corre!
- Voy a parar.
- ¡Corre!
- ¡Voy a mirar¡ ¡Ahora! ¡Mierda! – no podía parar. Como si una fuerza intangible le empujara por la espalda y arrastraba desde las tripas. Como si un gran imán le absorbiera desde allá, al fondo.

Quería parar. De verdad quería parar.

- ¡Voy a parar! – gritó esta vez con todas sus fibras en un sonido seco y roto, apenas audible en el exterior, absolutamente tajante en su interior - ¡Ahora! – paró.

Miró hacia atrás.
Silencio. Nada se movía.
El pulso le latía brutalmente en la garganta. Giró 360 grados sorbe sí mismo. Nada. No veía nada. No oía nada. Las gotas de su frente obedeciendo ahora a la fuerza de la gravedad terminaban su recorrido en los ojos. Se aclaraba la vista mientras seguía mirando alrededor. Seguía sin ver ni escuchar nada. Estaba agotado. Confundido. Los oídos le retumbaban, apenas podía tragar, le escocían los ojos por el sudor. Le ardía la frente. No veía a nadie. No oía a nadie. Un gota se deslizaba por encima de la nariz. Pequeños estallidos interiores le hinchaban y vaciaban el pecho frenéticamente. Le quemaba exageradamente la frente. Instintivamente echó la mano para apaciguar el dolor. Lanzó un quejido, quemaba. Se miró la mano. Tenía una marca circular; una pequeña rojez, y sangre; una pequeña quemadura y sangre; sangre oscura y caliente, sangre quemada. Entornó la mirada hacia arriba. Un fino y serpenteante hilo de humo se elevaba lentamente, bailando, desde el centro de su frente. Entonces volvió a sentir sus piernas y todo el peso del cuerpo sobre ellas, ahora sin fuerzas. Flaqueando, temblorosas, acabaron quebrándose bajo la presión de la carga, y se fue desvaneciendo hasta quedar abatido, inerte, boca arriba, sobre el suelo de tierra oscura y húmeda.
Ya era completamente de noche. Apenas podía ver el cielo entre los árboles. La imagen se hacía cada vez más y más borrosa, hasta que finalmente dejó de ver.

- No tenía que haber parado - exhaló.



domingo, 2 de septiembre de 2012

Tonight we are young





Sabían que no podrían aguantarse la mirada mucho más tiempo.
Se habían mentido demasiadas veces, muchas más de las veces que se habían acostado. 
Y aún así, todavía, no podían evitar mirarse a los ojos e ir acercándose, lentamente, de forma inconsciente, hasta respirarse.
Exactamente igual que la primera vez en aquel oscuro pasillo.
Ella se repasaba los labios adivinando el recorrido a través de la poca luz y la telaraña que dibujaba el espejo quebrado, en el que se cruzaron la mirada.
Apenas cinco minutos hicieron falta para que supieran que no podrían parar de besarse.

Éste no era ni el mismo pasillo, ni el mismo bar.
No, no era aquella madrugada que les arrastró hacía tres años.
Pero todavía quemaba. Con la misma intensidad.
Las mentiras no eran tan grandes, ni tan poderosas como el rojo de sus labios ni el calor de sus manos.
Y esta vez, sin querer remediarlo, se vengaron del dolor arrancándose la ropa e intentando arder tan fuerte como para convertir su mundo en cenizas.
Porque los dos sabían que aquella sería la última vez.

domingo, 29 de julio de 2012

Echo de menos oírte
susurros, gritos y cadencias
que borran lo que empieza donde acabo
Echo de menos mirarte,
bailando palabras, mezclando letras
vocales, acentos, que me llenan la barriga de ganas
Siento mi yo apenas hilvanado a mis entrañas
a punto de desgarrarse
hecho casi harapos,
rasgado,
desorientado.
Olvidado.
Echo de menos sentirte,
retumbando hasta escurrirte por mis paredes
y colarte por mi ombligo,
para oler a mí
y que me vuelvas a dejar ese sabor,
dulce nostalgia amarga,
a aire frío recién exhalado.
A felicidad.
Y querer no dejar de sentir así.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Cae la noche sobre el neón rojo del Rick’s Bar cuando Rober saca un paquete de tabaco de su gabardina gris oscura, y ladeando la cabeza, para no quemar su sobrero de ala, también gris, prende un pitillo dejando que la llama dibuje las luces y sombras de los relieves de su rostro. En ese mismo instante un escalofrío recorre su estómago y le arranca una sonrisa. Le encanta esa mezcla de excitación y nervios de los minutos previos. Aspira una profunda calada y al levantar la cabeza para echar el humo la ve fumando apoyada en la pared. Es morena, delgada y algo desgarbada. No es tan bonita como las anteriores, piensa, pero desde luego tiene unas buenas piernas. Lleva un vestido azul demasiado ceñido y demasiado corto, acompañado de unos tacones de terciopelo negro demasiado altos. A veces las chicas inseguras cometen este error, aunque a él personalmente le encantan las vistas. Se acerca a ella, tira el pitillo y le tiende la mano “Qué puntual”, ella sonríe, “¡Un galán!” responde extrañada aceptando la invitación. Es un garito lúgubre. Una densa capa de humo serpentea entre las mesitas con lámparas de colores varios y luz tenue. Él pide dos güisquis y elige una mesa al fondo del local “Ya sabes cómo va esto”, se asegura él con gesto serio e interesante. “Sí, supongo que lo importante es que no cambie el final”, responde ella, “Así es, la clave es que no cambie el final”. Ambos intercambian una media sonrisa. En ese momento un tipo grande de traje oscuro y bigote toma asiento frente a él. Una rubia exuberante, pero algo más tapada que su acompañante, se sienta a su lado. El maromo clava los ojos en los ojos asustados de Rober y desde su garganta emite un sonido sorpresivamente agudo, “En el lavabo, dentro de la cisterna”. Rober algo confundido susurra “El martes lo tienes”. El individuo del bigote se inclina hacia él “Si no llega te corto las pelotas. “Siempre llega” responde seguro. El tipo se levanta un poco y se inclina aún más dejando ver un cuchillo bajo su americana “Si no llega te corto las pelotas”, se acerca hasta casi rozarle con la frente y vocaliza “Literalmente”; termina de levantarse, mira a la rubia que hace lo mismo y se van. Rober respira profundamente y se relaja sobre el respaldo de su asiento. “Ya has oído, en la cisterna”, le ordena a su acompañante sin apartar la mirada de la nuca del hombretón con voz de fémina. Ella, algo aturdida, se levanta y se va. La camarera le sirve los güisquis que él se bebe lentamente. De nuevo en la calle, con el letrero a sus espaldas, saca el paquete de tabaco de la gabardina, ladea la cabeza y se enciende un cigarro. Levanta la cara y echa el humo. Saca el teléfono de su bolsillo. Tiene una llamada perdida que devuelve “Eres muy impaciente Irene - sonriendo – el paquete ya está de camino. Por cierto, dile a tus chicas que nada de vestidos tan cortos, me encantan, lo sabes, pero parecen furcias, y no es la idea”. Irene le contesta molesta “¿Qué? Roberto, te he llamado porque está Beatriz esperándote desde las nueve en el Nick´s ¿dónde coño estás?” “¡Mierda!” Rober corre hasta el baño del garito y mira en la cisterna. No hay nada. “¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!”. Sentado en el suelo del baño, abatido, se quita el sombrero. Los cuatro mechones que cubrían su calvicie caen hacia su frente sudorosa. Por encima de su prominente barriga mira sus zapatos roídos y recuerda que es peligroso creerse más listo de lo que uno realmente es.