miércoles, 24 de junio de 2009

TÚ, ASÍ.

Recuerdo cuando tenía que levantar la cabeza para buscarte.
Siempre te encontraba rápidamente, porque siempre estabas.
Me parecías tan grande, tan sólida, tan cosistente, y tan acogedora.
Nunca me escondí detrás de tus faldas, pero siempre me sentí arropada por ellas.
Nunca me dijiste afronta la vida tú sola, pero tus manos, tus ojos y tus palabras me alentaron hasta convencerme de que soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga.

Y hoy, que ya no tengo que levantar la cabeza para buscarte, y que sigo
encontrandote (porque siempre estás) en un sólo susurro que viaja a la velicidad de la luz estos casi 500 kilómetros, me sigues pareciendo tan grande, tan sólida, tan cosistente, y tan acogedora.

Hoy, gracias a ti, sé que soy capaz de hacer lo que me proponga,
y que si no me atrevo siempre me alentarás hasta convencerme
de que el miedo es parte del ser humano al igual que lo es el arrojo que siempre puedes encontrar para enfrentarte a ellos.

Mi muro de los lamentos, mi escudo contra las tormentas, mi espejo en el que se reflejan realidades y propósitos, el pilar por el que trepan mis principios y finales, la columna vertebral de mis raices y arraigos.
Siempre has callado más de lo que has dicho,
y has hecho mil veces más de lo que has dejado de hacer.
Siempre te has entregado sin descanso, sin pedir ni esperar algo a cambio.
Siempre has pensado que lo tuyo podía esperar, mientras nadie pensaba que tú pudieras esperar algo; y jamás te has quejado. Jamás te has lamentado. Y ni si quiera te has enorgullecido de ello, porque simplemente eres tú, así.
Tan grande, tan sólida, tan consiste y tan acogedora.

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