El viento me revuelve el pelo y las ideas que se adormecieron a 34º en la sombra.
Me balanceo inquieta buscando relajar mi paseo sin rumbo, y me detengo cuando tiembla el suelo esperando escuchar algo. Aunque esto no tenga sentido.
La oscuridad me visita con don cansacio y doña claridad peleandose por traer el mejor vino, terapia de conversaciones inconexas y resabidas, siempre confusamente liberadoras.
Las notas se entrelazan para alojarse en mis tímpanos y observar cada latido que replica apasionadamente a la piel, las entrañas y las razones expuestas a estas horas del día ya casi terminado.
Se me seca la garganta y se me hincha el estomago. Al norte el desierto, en el centro el oceáno, y al sur la posibilidad de cambiar el itinerario.
Sólo es una noche cualquiera de verano, un viernes de julio sentada en mi mecedora columpiándome entre ideas, sensaciones y unos cuantos acordes que siempre habitan mis días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario