No hay intrusos en mi estómago, ni orgasmos en los que me roben el alma. No hay olor a hierba recién cortada, ni su tacto bajo mis pies, ni rozándome los muslos mientras me enredo entre sus ganas. No hay abrazos en los que fundirme y bajar la guardia. No hay lunes llevaderos con recuerdos de la noche anterior, ni ascensores que me lleven a lo más parecido al cielo, o a infiernos con ventanas empañadas. No hay mensajes de buenas noches, ni un politono que me anude las tripas con la garganta. Empiezan a borrarse las añoranzas y los recuerdos que conservaban el tacto, el olor, el sabor de su piel sudada. La nieve, aquella “bonita estampa”, es lo más parecido que podría encontrar si me atreviera a asomarme al espejo y mirarme a la cara: Fría como la muerte pero con sólo una caricia podrías matarla. No hay ilusiones en el calendario, ni deseos retorciéndose en mi cama. No hay a quién esperar, a quién imaginar asaltando mi fortaleza, quién pueda redondear las espinas de mi alma. Las luces sólo son energía para el consumo ajeno, y las sombras el color que se esconde bajo mi almohada. No hay susurros, ni respiraciones, no hay palabras, ni siquiera su eco en mis sábanas. Me he fumado las penas y las alegrías, las he recortado y pegado en forma de palabras. He escurrido mis entrañas para sacar cada gota de vida, he exprimido todas las venas de este cuerpo putrefacto en un intento de revivir, de vivir, o de morir con la cabeza alta. Ésta es mi última gota de sangre. Y es sangre coagulada ……………………............................
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