Cae la noche sobre el neón rojo del Rick’s Bar cuando Rober saca un paquete de tabaco de su gabardina gris oscura, y ladeando la cabeza, para no quemar su sobrero de ala, también gris, prende un pitillo dejando que la llama dibuje las luces y sombras de los relieves de su rostro. En ese mismo instante un escalofrío recorre su estómago y le arranca una sonrisa. Le encanta esa mezcla de excitación y nervios de los minutos previos. Aspira una profunda calada y al levantar la cabeza para echar el humo la ve fumando apoyada en la pared. Es morena, delgada y algo desgarbada. No es tan bonita como las anteriores, piensa, pero desde luego tiene unas buenas piernas. Lleva un vestido azul demasiado ceñido y demasiado corto, acompañado de unos tacones de terciopelo negro demasiado altos. A veces las chicas inseguras cometen este error, aunque a él personalmente le encantan las vistas. Se acerca a ella, tira el pitillo y le tiende la mano “Qué puntual”, ella sonríe, “¡Un galán!” responde extrañada aceptando la invitación. Es un garito lúgubre. Una densa capa de humo serpentea entre las mesitas con lámparas de colores varios y luz tenue. Él pide dos güisquis y elige una mesa al fondo del local “Ya sabes cómo va esto”, se asegura él con gesto serio e interesante. “Sí, supongo que lo importante es que no cambie el final”, responde ella, “Así es, la clave es que no cambie el final”. Ambos intercambian una media sonrisa. En ese momento un tipo grande de traje oscuro y bigote toma asiento frente a él. Una rubia exuberante, pero algo más tapada que su acompañante, se sienta a su lado. El maromo clava los ojos en los ojos asustados de Rober y desde su garganta emite un sonido sorpresivamente agudo, “En el lavabo, dentro de la cisterna”. Rober algo confundido susurra “El martes lo tienes”. El individuo del bigote se inclina hacia él “Si no llega te corto las pelotas. “Siempre llega” responde seguro. El tipo se levanta un poco y se inclina aún más dejando ver un cuchillo bajo su americana “Si no llega te corto las pelotas”, se acerca hasta casi rozarle con la frente y vocaliza “Literalmente”; termina de levantarse, mira a la rubia que hace lo mismo y se van. Rober respira profundamente y se relaja sobre el respaldo de su asiento. “Ya has oído, en la cisterna”, le ordena a su acompañante sin apartar la mirada de la nuca del hombretón con voz de fémina. Ella, algo aturdida, se levanta y se va. La camarera le sirve los güisquis que él se bebe lentamente. De nuevo en la calle, con el letrero a sus espaldas, saca el paquete de tabaco de la gabardina, ladea la cabeza y se enciende un cigarro. Levanta la cara y echa el humo. Saca el teléfono de su bolsillo. Tiene una llamada perdida que devuelve “Eres muy impaciente Irene - sonriendo – el paquete ya está de camino. Por cierto, dile a tus chicas que nada de vestidos tan cortos, me encantan, lo sabes, pero parecen furcias, y no es la idea”. Irene le contesta molesta “¿Qué? Roberto, te he llamado porque está Beatriz esperándote desde las nueve en el Nick´s ¿dónde coño estás?” “¡Mierda!” Rober corre hasta el baño del garito y mira en la cisterna. No hay nada. “¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!”. Sentado en el suelo del baño, abatido, se quita el sombrero. Los cuatro mechones que cubrían su calvicie caen hacia su frente sudorosa. Por encima de su prominente barriga mira sus zapatos roídos y recuerda que es peligroso creerse más listo de lo que uno realmente es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario