martes, 2 de junio de 2009

OLVIDAR(TE)

Vale, creo que ya lo voy aceptando.
Que consiga encontrarle algo de sentido, de futuro, de continuidad a nuestra historia es tan improbable como que el café (a ser posible con un chorrito de baileys) deje de formarme un nudo en el estómago y me permita dormir más de cuatro horas seguidas sin encontrarte entre mis creaciones. Haciendo un repaso debo admitir que he pasado más horas pensándote que las que pasamos juntos en ese sofá hablando y entregándonos la piel. Así que creo que es normal que no le encuentre sentido a nada de nuestra historia.

Yo, que siempre he mirado por encima del hombro a los que daban la espalda a la lógica, a los que no la entendían o simplemente ignoraban que fuera útil para algo (sobre todo para estos casos). Tendré que enfrentarme a la absurda estampa de mirarme con desdén - probaré a hacerlo en el espejo de mi cuarto- por tener que reconocer que no tengo ni la menor idea de qué hacer con las cien toneladas de raciocinio que guardaba en mi despensa para la próxima vez que tuviera que olvidar(te).Quizás después de esta visión de mi misma, y ya con las orejas gachas, deba perderme un ratito en mi despensa para ver si encuentro algo que me diga qué hacer contigo, o mejor dicho, qué hacer conmigo.

En el estante de en medio, justo delante de los ojos, muy a mano, tengo sacos y sacos de recuerdos. Seguramente debería tirar algunos; por lo menos los que más duelen (si es que se puede escoger...). Pero siempre he sufrido de esa dolencia que hace que guardes todo lo que entra en una caja, y lo que no entra también, que ya le buscaré un huequito. En el estante superior al de los recuerdos tengo un par de botes repletos de orgullo. Pero no creo que me sirva. Nunca he sabido hacer buen uso de él (alguien sabe?). Todavía sufro las consecuencias (como se suele decir: para muestra, un botón) de mi última dosis de orgullo: Me humille cuando me dijo que se marchaba, y me reí cuando hubo un atisbo de un "te echo de menos". Ya lo he dicho: nunca he sabido hacer buen uso de mi orgullo. En la estantería más alta, esa que sólo alcanzo si echo mano de unas escaleras, tengo algunas latas de olvido. Olvido. Que contundente es esta palabra. Olvido. Cuántas dudas me surgen sólo con escucharla, con verla escrita. El olvido es un arma de doble filo que cierra heridas propias y abre otras ajenas. Y aunque me haya suplicado mil noches que te olvide, ahora, subida en estas escaleras frente a mi “solución” me acongojo, me rindo y confieso que no sé si quiero olvidarte (no lo puedo evitar, estoy mirando el primer estante: el de los recuerdos). ¿Cómo voy a querer olvidarte? Olvidar ese escalofrío que me trepaba una a una cada vertebra de la espina dorsal para explotar en forma de sacudida en mi nuca cada vez que susurrabas mi nombre en mi oído. El nudo que se formaba en mi estómago solo con la primera caricia y que se deshacía cuando te regalabas entre mis muslos. La ternura que conseguía que bajara la guardia y me doblegaba las entrañas, y hasta el más frío y oscuro de mis rincones, cuando sentado frente a mí, sin ninguna premeditación, te sincerabas sólo con una mirada. El sentido que recobraba mi piel cuando moldeabas mis curvas sólo con el calor de las yemas de tus dedos. La asfixia que se acumulaba en mi pecho cuando dejabas tus labios a una sola exhalación de mi boca y justo cuando no podía más me rozabas con tu aliento que sobre oxigenaba mi cerebro y me nublaba la vista, ensordecía mis oídos y aturdía mis pensamientos, para luego bajar de golpe al estómago y dejarme abatida, sin fuerzas, abandona a mi suerte, y ya lo único que podía hacer era sentirte.
¿Cómo voy a querer olvidarte?

Ya no quedan más estantes en los que buscar remedios caseros que puedan ser la solución a nuestra historia. Sobrecogida por revivir esos momentos me siento en la escalera que me hizo recordar por qué no quiero olvidar-te (obviando el orgullo, que a estas alturas es evidente que no es condimento para este menester). Si no me sirve la lógica, no sé cómo usar el orgullo, soy incapaz de deshacerme de los recuerdos (incluso de los que duelen, que últimamente vienen siendo Todos) y no estoy dispuesta a olvidarte...¿Por qué no dejamos más allá de estas puertas "lo que deberíamos hacer", enterramos al fondo de cualquier estante nuestro "porque yo lo valgo", y llenamos cada estante de toneladas de escalofríos por la espalda, de besos sólo rozados, de respiraciones que marean, de caricias que queman, de susurros que erizan la piel… de más momentos que recordar (y que ninguno mute en "para olvidar") los dos, juntos, encerrados en esta despensa?

P.d. ¿He dicho que ya lo iba aceptando? Bueno, esto sí me gustaría que lo olvidáramos.

1 comentario:

pájarosporlaboca dijo...

Yo tengo tantos estantes en mi despensa que ya no sé ni lo que tengo, y mucho peor, no sé lo que se ha podrido...